jueves, junio 10, 2010

Contenidos del examen de lengua castellana y Literatura
(Recuperación de junio)


1- Morfosintaxis:
Categorías gramaticales
Funciones sintácticas de los componentes de la oración simple
Oración simple / oración compuesta
Oración compuesta: coordinación y subordinación
Tipos de las proposiciones coordinadas
Las funciones de las proposiciones sustantivas
Tipos de proposiciones adverbiales

2- Literatura
El Romanticismo:
  • Características primcipales
  • G.A. Bécquer
El Realismo:
  • Características principales del movimiento
  • La novela realista
  • Galdós y Clarín
Modernismo y Generación del 98:
  • Rasgos generales
  • Unamuno
  • Baroja
  • A. Machado
Las vanguardias:
  • Futurismo
  • Cubismo
  • Dadaísmo
  • Expresionismo
  • Surrealismo
3- Tipos de texto
Texto narrativo
Texto expositivo
Texto argumentativo

martes, marzo 16, 2010



Certamen literario de Sant Jordi 2010

Normas de presentación de los textos narrativos
Archivo de Word
Extensión comprendida entre 40 y 60 líneas
Tipo de letra: Times New Roman 12
Interlineado: 1,5
Márgenes:
Superior e inferior: 3
Izquierda y derecha: 2,5

El archivo se tiene que enviar a esta dirección: castellab7@gmail.com antes del 26 de marzo. El nombre del archivo ha de ser el pseudónimo utilizado.

Temas
El tema es libre, pero el relato ha de estar encabezado por algunos versos que te resulten sugerentes y que hayan sido motivo de inspiración.

A continuación aparecen algunos ejemplos:


De los álamos vengo, madre,
de ver cómo los menea el aire.

Villancico anónimo

Ojos claros, serenos

si de un dulce mirar sois alabados

¿por qué, si me miráis, miráis airados?

Ojos claros, serenos,

ya que así me miráis, miradme al menos.

Gutierre de Cetina

Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;

Garcilaso de la Vega

¡Ay Floralba! Soñé que te ... ¿Dirélo?
Sí, pues que sueño fue: que te gozaba.
¿Y quién, sino un amante que soñaba,
juntara tanto infierno a tanto cielo?

Francisco de Quevedo

Cuando me lo contaron sentí el frío

de una hoja de acero en las entrañas,

me apoyé contra el muro, y un instante

la conciencia perdí de donde estaba.

Gustavo Adolfo Bécquer

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Antonio Machado

El ojo que tú ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque él te ve.

Antonio Machado

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;

Juan Ramón Jiménez

No la toquéis ya más

Que así es la rosa.

Juan Ramón Jiménez

Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más.

Pedro Salinas

Yo me senté en la orilla;
quería preguntarte, preguntarme tu secreto;

Dámaso Alonso

La aurora en Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

Federico García Lorca

Mi corazón tendría la forma de un zapato
si cada aldea tuviera una sirena.

Federico García Lorca

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

Luis Cernuda

A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Miguel Hernández

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Pablo Neruda

Si me muero, que sepan que he vivido

Blas de Otero

Érase una vez

un lobito bueno

al que maltrataban

todos los corderos.

Y había también

un príncipe malo,

una bruja hermosa

y un pirata honrado.

José Agustín Goytisolo

En este vaso de ginebra bebo
los tapiados minutos de la noche,
la aridez de la música, y el ácido
deseo de la carne. Sólo existe,
donde el hielo se ausenta, cristalino
licor y miedo de la soledad.

Francisco Brines


miércoles, febrero 24, 2010


Movimientos de vanguardia

1. ¿Qué se entiende por movimientos de vanguardia? ¿En qué momento histórico surgen?

2. Carcateriza cada uno de los movimientos y anota el nombre de los principales representantes en diferentes campos artísticos.
Un chien andalou

viernes, diciembre 18, 2009

EJERCICIOS DE RECUPERACIÓN

Gramática
Pág. 21: 6, 7
Pág. 47: 2a, 2b, 2c, 3
Pág. 72: 1, 2, 3
Pág. 73: 4, 6a, 6b, 6c, 6e

Literatura
Pág. 133: a, b, c, d, e
Pág. 134: 2a, 2b
Pág. 137: b, c
Pág. 161: a, b, c

Expresión escrita:
Escribe un texto de unas 20 líneas que hable acerca de cómo es el barrio en el que vives. Intenta que sea un texto de características realistas.

martes, diciembre 01, 2009


Relato romántico

LA OSCURIDAD DE KRAT

Era una noche fría y de neblina baja que cubría pequeñas extensiones de bosque y algún que otro pueblo. La luna bañaba con su luz la neblina dándole un resplandor plateado que le otorgaba una atmósfera misteriosa y más densa, una noche normal para la mayoría de los habitantes del pueblo de Nirre. Una noche normal excepto para una figura, una figura alta y desgarbada que caminaba con paso lento por el bosque Krat. Una noche poco común para pasear por ese lugar, ya que, a pesar de ser una noche normal para la mayoría de los Nirrianos, era una noche para estar en casa, junto al fuego y contando historias de viejas. El bosque Krat era un lugar oscuro, quiero decir más oscuro de lo que puede ser un bosque de noche con neblina. Sus árboles eran tan altos y gruesos y tenían las ramas tan juntas y un follaje tan denso que la luz del sol (en este caso de la luna) no podía penetrar en su interior, provocando una oscuridad total, que se intensificaba con aquella densa niebla que era iluminada por el rayo lunar.

En cambio, para la figura oscura era la noche ideal para caminar por esos parajes, tenía sus propios motivos, unos motivos siniestros. De vez en cuando escuchaba ruidos a su alrededor, pisadas sobre el suelo lleno de hojas y plantas desconocidas para la sombra que crujían y hacían chasquidos provocando que el ser se girara mirando hacia todos lados con el corazón acelerado y un sudor frío recorriéndole la espalda. No conocía las tenebrosas historias de Nirre que hablaban de seres no humanos devoradores de carne, pero ¿Por qué no podía ser él uno de esos seres? de todas formas, no había nadie que pudiera observarlo con detenimiento. Otra sombra se arrastraba detrás del ser oscuro, pero no lo hacía conscientemente, sino que parecía que la oscura figura la llevase, estirando de ella por uno de los brazos. El pecho de la figura que caminaba se movía, en cambio el de la que iba por el suelo no, hecho que demostraba que ya no vivía. Además, una sustancia de color indefinido debido a la oscuridad del lugar, pero líquida y viscosa recorría la figura que caminaba, reluciendo cuando una rayo lunar atravesaba con gran esfuerzo la densa niebla que abrazaba a los dos seres del bosque Krat con sus brazos invisibles y les proporcionaba frío y humedad. Tras unas horas de larga caminata la neblina se levantó, dejando al descubierto los troncos nudosos y gruesos de los árboles, con algunas gotas que se habían formado debido a la humedad y que ahora quedaban sobre las hojas y recorrían sus troncos hacia abajo. La luna ganó la batalla con la niebla y llenó de luz el bosque, al menos las superficie de los árboles, ya que las ramas no querían compartir esa iluminación con nadie e intentaban quedarse con toda la que podían, impidiendo a las dos figuras que recibieran un poco de esa luz. Ahora las sombras estaban un poco más iluminadas y se diferenciaban algunos rasgos y algunos de los colores que los envolvían. Las hojas de los árboles eran de un verde vivo, pero, contra más abajo se estaba de las altas ramas el verde se iba perdiendo para dejar paso al negro y el gris, ya que la oscuridad impedía el crecimiento de las plantas más bajas. El cuerpo que caminaba era el de una mujer, una mujer ataviada con una capa negra y el rostro cubierto con una capucha del mismo color. Sus manos eran blancas y sus dedos estaban manchados de un líquido escarlata que contrastaba vivamente con el color de su piel. En su rostro cubierto de sombras se veía una mueca de miedo y de inquietud, vigilando siempre hacia todos lados. Su mano izquierda sostenía el brazo de una criatura sin sexo reconocible, una figura de piel celeste desnuda, sin órganos sexuales y sin rostro, no tenía boca, ni nariz, ni orejas, ni cabello, ni ojos, solo esa piel celeste. Lo único reconocible, a parte de la piel, eran dos brazos y dos piernas. El miedo que sentía la mujer que caminaba era igual de intenso y profundo como la noche que cubría Nirre. De pronto, una ráfaga de viento helado quiso arrebatarle la capucha a la mujer, pues ansiaba palpar su rostro con sus dedos invisibles, algo que llevaba tiempo sin hacer. La mujer no se quejó, además se dejó besar por él, con un beso dulce, sin labios, que rozó su mejilla con cautela y se alejó de ella dejándole nada más que un susurro ininteligible. La mujer intensificó su inquietud porque no deseaba que nadie la reconociera, aunque poca gente lo haría, pues los ciudadanos de Nirre hacía años que no querían saber nada del oscuro bosque de Krat y su amado viento nunca la había traicionado hablando de ella a desconocidos. Su rostro era del mismo color pálido que el de sus manos y su cabello igual de rojo que la sangre que cubría sus dedos. Sus ojos eran grises como nubes de tormenta, pero reflejaban terror y eran asustadizos. La cara era angulosa y sus orejas redondeadas y perdidas en su largo cabello rojo. La chica, que no debía de tener más de veinte años, se detuvo en seco cuando sus pies tropezaron con una piedra en el camino, que no había podido ver a causa de los pocos rayos lunares que le cedían las ramas. La mujer soltó el brazo de la figura azul. Se sentó en la roca y miró al Sin Rostro que había sido asesinado por los Gurt, los espíritus de Krat que los Nirrianos rumoreaban que habían sido árboles asesinados por humanos. Los nerviosos ojos de la muchacha recorrieron con rapidez el cuerpo del Sin Rostro. Sus ojos no alcanzaban a ver más de él. Entonces ocurrió… quizá por la oscuridad, o quizá por el miedo que la cegaba, de todos modos ocurrió. Una bola celeste pasó serpenteando por los árboles hasta encontrarse de frente con la esposa del viento. La muchacha levantó la cabeza para ver como la bola se introducía en su ojo. En ese instante sus rasgos se precipitaron cómo en un remolino por el ojo y éste se cerró para no abrirse nunca más, sus ropas se deshicieron y su cuerpo se tornó azul, tomando la misma estructura que su acompañante. El viento lloró con fuerza la pérdida de su amante y castigó el pueblo de Nirre con furia, destruyendo sus casas y transformando a los humanos que dormían plácidamente en sus calentitas camas o contaban historias en Sin Rostro (por este motivo se les llama a los Sin Rostro con el nombre de Nirre), matando a los árboles del avaricioso bosque Krat que había permitido que un Gurt le robase su esposa.

Alejandro Mateo



Relato romántico

21 de diciembre de 1839

Una lágrima lacerante recorre mi desvaído rostro mientras afuera de esta lóbrega estancia las nubes me acompañan desprendiendo su agua tras haber ganado su batalla contra el Sol. ¿Por qué cielo, por qué gozas lloviznar todos los días en los que asgo esta pluma y danzo ante el papel para ella? Cientos de letras encadenadas una tras otra me acompañan hoy, como todos los domingos desde hace ya cinco meses. Julio, agosto, septiembre, octubre y diciembre fueron marcados en mí, en mi mente, en mi corazón. Diecinueve hermosas semanas han trascurrido, y yo he ido observando cada rincón de tu esbelta figura de mujer. Tus marcados bucles, que te acompañan al compás de tus andares hacen que un sonoro suspiro salga de mi interior en busca de un remedio para enlazarse a ti y a tu alma. Amada mía, el universo intenta rebelarse ante nuestro amor, no quiere que nuestros caminos sean dirigidos hacia un mismo destino. Demetria, querida Demetria... tantas historias sostienen mi ser, tú y yo sumergidos bajo los versos de Shakespeare, tú serías mi Julieta y yo tu Romeo, juntos y escondidos hasta el final de nuestros días. Demetria, Demetria, Demetria, amor, quiero que un celestial susurro acompañe el viento y delicadamente roce mis oídos en la misa del próximo domingo, donde el ciclo volverá a empezar, día lluvioso, oscuro y frío tras los enfados de las nubes contra el cielo.

M. Àngels Ranchal



lunes, octubre 26, 2009

Sigfrido
Arriba, en la montaña, el lugar donde las ninfas y los seres más mágicos del bosque habitaban, yacía la doncella rodeada en un círculo ardiente. Sigfrido se sacó su yelmo y anudó un pequeño pañuelo tapando parte de su rostro para no inhalar el humo que aquel fuego que lo separaba de ella desprendía. El abejaruco, con el que anteriormente había estado conversando, le incitó a meterse entre llamas para poder salvarla de aquel sueño que tenía.

Audaz, sin querer echar marcha atrás, dispuesto a cualquier peligro, se introdujo en la órbita. Una fuerte llamarada se elevó cuando afanosamente pretendió acariciar el cuerpo de ella. Forjando la espada, logró desligajarse de aquel centelleo que casi le cuesta la vida, pero no se rindió. Volvió a intentarlo, sosteniéndola en sus brazos. Poco tiempo después, logró retirarla de aquel lúgubre lugar, tirando de ambos cuerpos atolondrados por la espesura del bosque. La incorporó delicadamente sobre la colosal piedra y posó levemente los labios sobre su frente.

Cuando hubo logrado despertarla de su prolongado sueño, cruzó el anillo maldito que aún conservaba por el dedo anular de ella, para hacerle recordar para siempre quien le había redimido de su terrible estancia entre las llamas, pero un escalofrío invadió todo el interior de Sigfrido, dejándole sin alma, sin aliento, sin vida. Había encontrado su verdadero amor y las premoniciones del pájaro de colores parlante habían sido ciertas.
M. Àngels Ranchal
Sigfrido

Muchos años habían pasado desde que Sigfrido abandonó la fragua de Mimir, el enano Nibelungo, y había matado al dragón. Ahora el audaz héroe cabalgaba a lomos de su valeroso caballo, Grani, atravesando el espeso bosque en el cual había penetrado siguiendo los rumores que los aldeanos del último pueblo en el que había acampado le contaron: un ogro atacaba las tierras del otro lado del bosque e impedía que pudieran viajar allí y hacer comercios con ellos. Sigfrido, impulsado por su deseo de ayudar a la gente y por demostrar su poder delante de aquél pueblo, decidió adentrarse en la espesura del bosque y visitar la ciudad vecina con el propósito de acabar con el ogro.

Cuando salió de aquél bosque, los rayos del sol le dañaron los ojos, pues las altas ramas de los árboles se encontraban tan juntas y eran tantas que no habían dejado pasar los rayos del sol. Su yelmo mágico le daba esta vez la apariencia de un hombre adulto con una barba abundante y negra que le caía desordenadamente por su pecho, un bigote igual de largo y unas cejas gruesas del mismo color que su barba. Bajo éstas, sus ojos fieros de color azul observaban las desoladas tierras, donde una alfombra de cadáveres reposaba en el suelo ennegrecido por el fuego que ardía alimentándose de las casas de madera. A lo lejos una montaña humeante podía verse y, sin pensarlo dos veces, el hombre agitó las riendas de Grani y saltó por encima de los cadáveres, guiado por su curiosidad. Cuando llegó al pie de la montaña, bajó de un salto del caballo, pues a pesar de su valor, ante tal montaña y prediciendo los peligros que ésta aguardaba, Grani se mostraba receloso. Sigfrido dejó allí a su caballo y comenzó a escalar la montaña humeante con agilidad, agarrándose a las piedras puntiagudas para impulsarse. En poco tiempo había alcanzado la mitad de esa montaña, y unas gotas de sudor se deslizaban por su frente para caer en la espesa barba y allí desaparecer. Hubo un momento en el cual una roca cedió bajo su peso y el vástago de Sigmundo perdió el equilibrio y rodó unos metros por las piedras, abriéndose algunas heridas superficiales en los brazos hasta que consiguió aferrarse con fuerza a un saliente. Unas horas más tarde llegó a la cima de la montaña, la cual era totalmente lisa. En el centro, un fuego ardía hecho con los restos del pueblo de abajo y una colosal criatura se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas, observando el baile de sobras que salían del fuego y cocinando a una vaca que había ensartado con un tronco pulido por él mismo. El gigantesco ser tenía una piel gruesa de color gris, no iba vestido y no tenía pelo en ningún lugar del cuerpo. Sus ojos eran pequeños y no tenían el brillo de la inteligencia. Cuando se dio cuenta de la presencia del valeroso héroe, emitió un gruñido y se puso en pie haciendo temblar la montaña entera. El monstruo medía más de cinco veces la altura de Sigfrido. El joven héroe blandió su espada por encima de la cabeza y el anillo maldito que llevaba en el dedo índice brilló deslumbrando al ogro que interpuso una mano enorme entre los ojos y el reflejo de la luz solar. En ese momento, el indomable monstruo se abalanzó sobre el héroe lanzando un grito potente y grave al aire. Sigfrido no pudo esquivarlo y recibió el golpe cayendo lo con unos cuantos huesos rotos. El gigante, perdiendo el interés sobre esa criatura débil y prácticamente sin carne se alejó sentándose de nuevo junto al fuego y volviendo la atención a la vaca.

Sigfrido cayó rodando por la montaña empeorando sus heridas y rompiéndose más huesos. La hierba amortiguó su caída y la hizo insonora, pero cuando el héroe llegó al suelo ya estaba muerto. Una ninfa salió del bosque al escuchar movimiento en esa montaña humeante, y cuando llegó al pie de ésta encontró a Sigfrido muerto. Lo cogió entre sus brazos y lo llevó al bosque donde se celebró un funeral entre todos los espíritus del bosque y ninfas y el cuerpo del antiguo héroe fue sepultado entre las hojas que en el otoño pasado habían caído. Así murió Sigfrido, hijo de Sigmundo, asesino del gigante que se transformó en dragón, Farnir. Algunos dicen que la muerte estaba escrita desde que el anillo maldito brilló sobre el dedo del héroe, pero no hubo nadie allí para afirmarlo.
Alejandro Mateo

Sigfrido y el dragón

El sol resplandeciente despertó a Sigfrido de un sueño profundo durante el cual recordó la leyenda del anillo maldito de los nibelungos.


Desde que podía entender el idioma de los pájaros, Sigfrido, con miedo a su terrible futuro, se escondía con Mimir en su fragua, ambos trabajaban afanosamente forjando espadas y yelmos para guerreros sin un destino conocido. Temeroso, solo salía cuando era necesario comprar herramientas o para ir a buscar alimento. Mimir le miraba de reojo negando con la cabeza, pensando: “Este chico fue en un tiempo no tan lejano un astuto y audaz guerrero, pero se ha perdido en la oscuridad de su triste final”.


Los pedidos escaseaban en la fragua y Sigfrido mataba el tiempo contando las hojas caídas en el suelo. Un día Mimir se le acercó lentamente por detrás y le incitó a que fuera a dar un paseo por el bosque. Él se negó en redondo pero Mimir insistió y al fin Sigfrido se levantó y echó a andar hacia la arboleda. Caminó con pesadez, al fin llegó a un pequeño claro donde, para su sorpresa, un mujer joven estaba tendida, por su ropa Sigfrido supo que era una campesina. El cuerpo hizo ademán de levantarse, con un gran calambre recorriendo-la , después cayó inerte al suelo. Sigfrido se acercó, poco a poco, al cuerpo hasta que una colosal serpiente de color amarillo y rojo le paró en seco. Enseñó sus grandes dientes afilados al mismo tiempo que el cuerpo de la mujer volvía a tener un espasmo. Sigfrido miró a su alrededor y blandió un palo. La lucha fue intensa pero al fin Sgfrido le dio en la cabeza y la serpiente cayó muerta al lado de la mujer. Sin tempo de secarse el sudor, corrió hasta llegar al lado de la joven y se arrodilló a su lado, era hermosa. Sigfrido se fijó en su muñeca y horrorizado vio los dos puntos negros de la mordedura de serpiente. Con un rápido movimiento se llevó la muñeca de la mujer a sus labios y succionó todo el veneno.
Se despertó respirando entrecortadamente, la luz de la Luna iluminaba el claro. Le dolía el cuerpo, al acordarse de los sucedido se tocó la muñeca y vio a su lado a un joven de su edad con sangre, su sangre, en la boca. Lo tocó, estaba frío, no estaba.

Júlia Gil

miércoles, septiembre 16, 2009